El tratar de descifrar los mensajes y conceptos que los genuinos artistas plásticos comparten en sus obras es un ejercicio intelectual que, por más enriquecedor, siempre termina empapado de subjetividad. Por eso a veces es mejor conocer a la persona, al hombre o la mujer detrás de la obra, para apreciar las ideas y valores que catalizan su creatividad.
El pintor César Castilla Lino, nacido en el Perú pero adoptado por Panamá hace más de tres décadas, es una persona comprometida con el arte tanto como con el mejoramiento de la humanidad. Palabras mayores, sin duda, las cuales son sustentadas por acciones y compromisos que incentivan a estos valores. Él siempre fue un amante del conocimiento, del trabajo, del desarrollo del potencial. Desde su juventud se considera un caminante, un viajero, un buscador de toda clase de movidas intelectuales de poesía, música, teatro… un navegante urbano. Al mismo tiempo aprendía y trabajaba de todo un poco, desde la electromecánica y la carpintería hasta las lenguas y la pedagogía.
En el camino de su vida aparecen muchos mentores y guías que lo inspiraron por las artes. Uno de ellos fue el dominicano Silvano Lora, quien habiendo conocido su talento le indicó su potencial como pintor. Pronto se hizo amigo y aprendiz del maestro, y formalizó muchos de los conocimientos básicos del arte que él ya aplicaba de manera autodidacta. Otros destacados como Aníbal Barca, Rómulo Pino Ambato y peruanos como Miguel Pérez, Guillermo Guzmán Manzaneda y Hugo Orellana hicieron escuelas de sus respectivos talleres en las que Castilla Lino aprendió y practicó artes plásticas y gráficas.
Los clásicos siempre fueron una de sus pasiones. En un principio dibujaba y reproducía a Miguel Ángel y a Leonardo, comprendiendo la forma de la anatomía humana y devorando libro tras libro de historia y filosofía del arte. Dos franceses de dos generaciones separadas profundizaron su inclinación por la pintura: el nuevo realismo de Gustave Courbet y el romanticismo clásico de Eugène Delacroix. Él considera a Delacroix como uno de los máximos exponentes del arte, y su diario, una publicación codiciada por muchos artistas por las opiniones, técnicas e ideas que el francés comparte, es una referencia importante en su vida.
Su padre era poeta, y la mayoría de sus amigos son poetas y músicos. Para Castilla Lino la esencia del arte, su concepto intelectual, viene de los poetas y de la magia que el lenguaje expresa. Él mismo escribe cuentos y poemas, al igual que Raúl Vázquez, otro de sus maestros, pero mantiene ambas cosas separadas. “Yo me siento poeta, no pintor, y la poesía la hago pintando”, afirma el artista, para el cual las letras, sean en novelas o en libros de filosofía de autores como Withman, Baudelaire, Rimbaud y Dante representan una profunda influencia. En la música su gusto es sofisticado, adorando clásicos como Mendelson, Mozart y Vivaldi hasta toda la música contemporánea, desde el rock y el jazz, sin dejar detrás a las múltiples expresiones musicales folclóricas de Latinoamérica.
Circunstancias de la vida, las cuales se pueden poner en contra cuando se defienden ideales, hicieron que Castilla Lino saliera exiliado del Perú y llegara a Panamá, donde su suerte tuvo un giro inesperado. Privado de su libertad, encontró en el arte una herramienta para expresar tanto como para laborar, y no tardó en fundar una modesta escuela que además de ayudar a muchas personas en un momento complicado e incierto de sus vidas, fomentaba el arte con fundamentos escritos y pedagógicos. Él veía la creatividad en estas personas y su aprecio por el conocimiento, demostrando la vocación de maestro que siempre tuvo.
Su primera exposición fue en la Galería del Inac, y grandes como Luis Aguilar Olaciregui y Adriano Herrerabarría apreciaron su capacidad, coincidiendo con el maestro Lora. Poco después también asistió en su trabajo a Herrerabarría, y fue éste quien le indicó el camino a Santiago, capital de la provincia de Veraguas donde Castilla Lino ha sentado raíces. “Como buen revolucionario”, diría él, comenzó a hacerse útil en la ciudad interiorana y se estableció como profesor de pintura, dibujo y serigrafía en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, donde ha educado a artistas durante 35 años.
Y hace poco menos de un año Castilla Lino emprendió un nuevo proyecto: una escuela de arte para niños de áreas marginales, la cual se congrega todos los sábados en la mañana en el Museo Provincial de Veraguas. El artista procura los materiales para los estudiantes, que también incluyen personas de otras edades, y el proyecto va avanzando positivamente. “Siempre he sido maestro”, confiesa, atento en ayudar a artistas jóvenes a conceptualizar y proyectar todo el talento que tienen dentro, tratándolos siempre con respeto y afecto.
El pintor también ha sido conferencista, conductor de un programa de radio, colaborador para publicaciones y curador, todo dentro del paraguas del arte y la cultura. Además es ajedrecista y forma parte de un club de ajedrez de calle. “Enseño arte y ajedrez pensando en desarrollar la inteligencia, la autoestima y el poder interior para que se manifieste”, afirma poéticamente el maestro.
Ha expuesto su trabajo en galerías y espacios de arte tanto del interior como de la capital, y como profesor existen generaciones de artistas panameños que han explorado y potenciado sus talentos con sus enseñanzas. Aún existe mucho por explorar sobre la obra y la técnica de Castilla Lino, sus intercambios con tantos maestros, su identidad propia como arista y su legado en el ámbito cultural de Panamá. Aquí sólo hemos conocido un poco del hombre que hace al artista.